El problema de los partidos políticos

Para Simone Weil, los partidos políticos suponían un problema en sí mismos, pues portaban con ellos el germen del totalitarismo. Esto puede sonar extraño cuando en el siglo XXI se considera a los partidos el baluarte anti totalitario, representantes del pluralismo y la democracia. Veamos pues el razonamiento de Weil.

“Si un miembro de un partido está absolutamente decidido a ser fiel a su luz interior en todo su razonamiento y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a su partido. Se enfrenta entonces a un estado de mentiras. Es una situación inaceptable causada por la necesidad que le lleva a pertenecer a un partido para tomar parte eficazmente de los asuntos públicos. Esta necesidad es entonces un mal, y hay que ponerle fin suprimiendo los partidos. Un hombre que no haya decidido ser fiel más que a su luz interior instala el mal en el centro mismo del alma (…) Se trataría en vano de discernir entre la libertad interior y la disciplina exterior. Porque entonces hay que mentir al público, hacia el que todo candidato, todo elegido, tiene una obligación particular de verdad. Si me presto a decir en nombre de mi partido, las cosas que estimo contrarias a la verdad y a la justicia, ¿voy a indicarlo con un cartel antes? Si no lo hago miento. De estas tres formas de mentira (al partido, al público y a sí mismo) la primera es de lejos la menos mala. Pero si la pertenencia a un partido conduce siempre a la mentira, la existencia de los partidos es absoluta e incondicionalmente un mal“.

(Simone Weil, Ensayo sobre la supresión de los partidos políticos).

Tomado de «Libertad Política»

Meritocracia

El profesor de Harvard Michael Sandel es un referente mundial en filosofía moral y ciencia política. En 2020, dedicó un libro a la meritocracia, “La tiranía del mérito” una cuestión que está pasando a la primera línea del debate público y que, según Sandel, pone de manifiesto algunas contradicciones de las sociedades liberales.

La meritocracia es la teoría que representa el ideal del sueño americano, en el que todas las personas tienen las mismas oportunidades de prosperar económicamente y mejorar en la escala social. Si todos partimos del mismo punto —se piensa en EE. UU. y, por extensión, en Occidente en general—, parece lógico premiar a quienes consigan destacar, porque se entiende que el mérito recaerá mayoritariamente en su inteligencia y su esfuerzo.

Sin embargo, los datos demuestran que la realidad es muy distinta. La casilla de salida —al menos en lo relativo al nivel de ingresos y de formación de los padres— no es idéntica para todos y eso condiciona el sistema de ascenso social en su conjunto. Por ejemplo, en España, según el informe Desigualdades socioeconómicas y rendimiento académico en España elaborado por el Observatorio Social de «la Caixa» en 2018, hay unabrecha de dos años de escolarización entre los alumnos de hogares con un mayor nivel socioeconómico y aquellos que proceden de familias más humildes. Eso se traduce en quela mitad de los estudiantes más pobres ha repetido curso en primaria o secundaria, algo que no ocurre en las clases media y adinerada.

Según datos de Credit Suisse, el 1% más rico de la población mundial se ha beneficiado de la mitad del crecimiento de bienestar global desde comienzos de milenio. La diferencia entre ricos y pobres se agranda día a día. Así, la mayor parte de la riqueza en EE. UU. ha ido a parar al 10% más adinerado, hasta el punto de que el 1% de los estadounidenses gana más que el 50% más pobre. ¿Es culpa de alguien? ¿Habría que intervenir para corregirlo?

Imperiofilia

En 2016, Elvira Roca Barea publicó Imperiofobia y la leyenda negra, un ensayo que se proponía desmontar las bases de un antiespañolismo que desde hace siglos habría estado tergiversando la historia de nuestro país, dentro y fuera de nuestras fronteras. Con más de 100.000 ejemplares vendidos, y defendido por figuras como Arcadi Espada, Mario Vargas Llosa o Isabel Coixet, su libro se ha convertido en un fenómeno social.

Ante este fenómeno editorial, el catedrático de de la Universidad Complutense de Madrid José Luis Villacañas propone en estas páginas una lectura bien distinta: «El éxito del libro es revelador de las escasas exigencias culturales de ciertas elites del país, quienes frente a un mundo que no entienden ni saben ya dirigir, necesitan de una legitimidad que Imperiofobia les ofrece de un modo brutal». De la Corona a la Inquisición, de Castilla a las Indias, el autor trenza aquí los pasajes más controvertidos de nuestra historia para revelar que, tras la supuesta incorrección política de Roca Barea, se esconde en realidad un ejercicio de blanqueamiento y manipulación ideológica.

Muchos son los puntos en los que el autor corrige con rigor las afirmaciones de Roca Barea. Selecciono unos cuantos.

Para Roca Barea parece que el mundo se divide entre seres humanos superiores e inferiores. Estos últimos son los que viven anclados en un prejuicio antiimperial, los portadores de la imperiofobia. La exaltación de la idea de Imperio recuerda aquello que se cantaba en los años 60: “Voy por rutas imperiales/ caminando hacia Dios”.

La primera afirmación sorprendente de Roca Barea es: No hay en esencia diferencia apreciable entre la imperiofobia y el antisemitismo o cualquier otra forma de racismo” (sic). Pocos historiadores apoyarían esta extraña afirmación.  La autora de “Imperiofobia) parece inspirarse en el supremacismo de Steve Bannon. Afirma Roca Barea: “Por un lado está el grupo que se siente superior frente a otro más débil. Esto es muy fácil. ¿Qué dificultad hay en verse superior cuando se pertenece al grupo más poderoso? La forma en que se manifiesta este racismo ya sabemos cuál es” (p. 120). Pues no parece tan claro, e incluso esta afirmación se podría volver en contra, ya que todo imperio se fragua en ser más poderoso que el vecino y así ir expandiéndose a base de conquistar al más débil. Pero ¿puede justificarse el “derecho de conquista”? 

Roca Barea llega a afirmar que el Imperio es una “forma de dominio que no es política ni militar. Es pura hegemonía e influencia” (sic) (pag 48). Pero ¿es imaginable que las conquistas de Cortés o Pizarro pudieran realizarse sin fuerzas militares, sin soldados? Pero Roca Barea se cura en salud, no se le puede pedir rigor histórico porque “Este libro trata en gran medida de creencias y opiniones” (pag. 51). Roca Barea no ve nada negativo en los Imperios. No hay violencia, ni invasiones, ni imposiciones, ni destrucción de culturas, ni oligarquías procunsulares, ni guerras de ningún tipo. Claro que se refiere al imperio español, no al Imperio Británico, siempre ávido de poder. Porque, no nos engañemos, Roca Barea no habla de los imperios en general ni de la idea de Imperio que tan abundantemente aparece en la Historia Universal (no le interesan para nada imperios como el otomano) pues se centra sólo en la defensa del Imperio español y (no sabemos muy bien por qué razones) del imperio de EEUU.

Un poco desorientada en cuestiones cronológicas Barea afirma inexplicablemente: “difícilmente habría habido una Italia del Renacimiento sin el paraguas de aquél Imperio (p.138). Pero si el Imperio español comienza con Carlos V (coronado emperador en 1520) en estos años el Renacimiento ya había dado de si sus mejores frutos (FRa Angélico muere en 1455, Donatello en 1466, Filippo Lippi en (1469), Botticelli en 1515) etc.

En fin así otras muchas lindezas como que luchar contra Francia es asumir la defensa del catolicismo, ¡Como si Francia fuera un poder sarraceno! No queremos ser exhaustivos. Ahí estás las 250 páginas del libro de Villacañas para quien quiera documentarse.

Reformas en la Iglesia

Este estudio de perfeccionamiento espiritual y moral se ve estimulado aun exteriormente por las condiciones en que la Iglesia desarrolla su vida. No puede permanecer inmóvil e indiferente ante los cambios del mundo que la rodea. De mil maneras éste influye y condiciona la conducta práctica de la Iglesia. Ella, como todos saben, no está separada del mundo, sino que vive en él. Por eso los miembros de la Iglesia reciben su influjo, respiran su cultura, aceptan sus leyes, adoptan sus costumbres. Este contacto inmanente de la Iglesia con la sociedad temporal le crea una continua situación problemática, hoy laboriosísima.

Por una parte, la vida cristiana, cual la Iglesia la defiende y promueve, debe continua y valerosamente evitar cuanto pueda engañarla, profanarla, sofocarla, tratando de inmunizarse del contagio del error y del mal; por otra, no sólo debe adaptarse a los modos de concebir y de vivir que el ambiente temporal le ofrece y le impone, en cuanto sean compatibles con las exigencias esenciales de su programa religioso y moral, sino que debe procurar acercarse a ellos, purificarlos, ennoblecerlos, vivificarlos y santificarlos; tarea esta que impone a la Iglesia un perenne examen de vigilancia moral y que nuestro tiempo reclama con particular urgencia y con singular gravedad.

Pablo VI

Ateísmo y movimiento obrero

¿Habría sido necesario el comunismo si los cristianos hubieran sabido ser lúcidos y objetivos a su debido tiempo? ¿No estaba clara en la Biblia la preocupación humanitaria por los pobre y los explotados? Y de no haber existido las funestas alianzas entre los explotadores y la religión cristiana, ¿habría sido necesario el ateísmo moderno? Nos encontramos con que la vida proletaria y el movimiento obrero tuvieron que presentarse casi necesariamente en sentido ateo porque Dios no estaba a la vista durante los decenios cruciales del comienzo. Después de Cristo Dios solo puede manifestarse a los pobres en los cristianos que verdaderamente siguen la doctrina de Jesucristo. Pero el cristianismo, que no apoyó el movimiento obrero en su estructura popular campesina y pequeño-burguesa, apenas le facilitó el encuentro con Dios al aparecer más bien del lado de los explotadores. El ateísmo revolucionario de la hora inicial del movimiento obrero es un producto directo de la ausencia de Dios, es decir, de la ausencia de los cristianos.

¿Qué es lo que faltó? Una viva conciencia de fraternidad en lugar de una práctica religiosa farisaica y cerrada al mundo. ¿Para qué las sublimidades trascendentes, la atención al más allá, cuando las tareas cristianas las tiene uno ante las narices, hoy igual que en tiempos del “Manifiesto comunista”? ¡Cuántas exigencias de humanidad elemental quedan incumplidas porque los hombres alegan no tener tiempo para ellas! Aquí puede adelantarse el cristiano, aquí puede encarnar su religión.

Hans Urs von Balthasar

¿Son posibles las finanzas éticas?

La banca, junto a los políticos, es la institución peor valorada por los ciudadanos. La población está adquiriendo conciencia de que es necesario exigir a las entidades financieras una actividad comprometida con la inclusión y el cuidado del medioambiente.

La actividad financiera y económica ¿no deberían ser éticas, y guiarse por los principios y valores de la economía solidaria? 

Según la Asociación Ethical Financing with Solidarity las finanzas éticas son las que hacen compatible la rentabilidad económica y financiera con la consecución de objetivos sociales y ambientales

“Las personas deben exigir transparencia y conocer dónde se invierten sus ahorros”

Podemos encontrarnos con que nuestros ahorros se dedican a actividades poco éticas. ¿Deberíamos exigir más inversión en proyectos sociales y sostenibles, así como la concesión de créditos a los excluidos?

Para esta asociación, los cinco principios básicos de las finanzas éticas son:

  1. Ética Aplicada: La ética en la aplicación de los criterios de inversión y concesión de créditos.
  2. Coherencia: El dinero empleado según nuestros valores.
  3. Participación: Decisiones tomadas de forma democrática y participación en el diseño de las políticas básicas de la entidad.
  4. Transparencia: Exponer públicamente todas las actividades y sus efectos.
  5. Implicación: Las entidades no solo deben cumplir con lo que exige la ley. Deben diseñar una política de inversión con criterios positivos que transforme la realidad.

En la actualidad, la Global Alliance for Banking of Values (GABV) se compone de 64 instituciones financieras y 16 socios estratégicos que operan en 39 países de Asia, África, Australia, América Latina, América del Norte y Europa.

Se trata de dar un paso más allá de lo legalmente exigible para situarse en otra dimensión.  Emplear el capital con criterios de justicia y al servicio del bien común. Se debe ejercer esta actividad de forma transparente, donde cada ahorrador sepa exactamente qué se hace con sus ahorros. 

En la actualidad, existen entidades dedicadas a las finanzas, en la que parte de su actividad o toda, se desarrolla bajo unos parámetros éticos. Las finanzas éticas comprenden los proyectos que los cumplen. 

En el libro «Finanzas éticas: La otra cara de la moneda», SETEM las define como: “la otra cara de la moneda del ahorro. Otra forma de ahorrar e invertir que combina los beneficios sociales con los beneficios económicos. Cuentas de ahorro, fondos de inversión o planes de pensiones que pretenden el uso ético del dinero y apuestan por empresas que cuidan y hacen explícita su responsabilidad social y ambiental.»

Tomado de «Aleteia»

Educar para ser

En la Ética a Nicómaco y en la PolíticaAristóteles aborda la importancia de la formación de los ciudadanos, resaltando «la necesidad de haber sido educados de cierto modo ya desde jóvenes, como dice Platón, para poder alegrarnos y entristecernos como es debido; en esto consiste, en efecto, la buena educación». Según el Estagirita, aquello que hace falta educar para desarrollarnos plenamente es un «buen carácter».

Resulta difícil definir qué es el carácter o cómo se cultiva. Desde Character.org, una de las organizaciones con mayor influencia en este ámbito, expresan el concepto con las tres haches: «Head, Heart and Hands». Según su propuesta, ampliamente extendida, el buen carácter se apuntala en comprender (head), preocuparse o querer (heart) y actuar (hands) conforme a los valores éticos fundamentales.

Otras corrientes, como el aprendizaje socioemocional, la psicología positiva o la ética del cuidado, comparten aspectos teóricos y prácticos con la educación del carácter. Sin embargo, esta se distingue por su énfasis moral: tiene la firme convicción de que existe un bagaje moral universal para las acciones humanas, entre las que se puede llegar a distinguir buenas y malas, mejores y peores, convenientes e inconvenientes, considerando elementos universales —lo que nunca cambia— y particulares —lo que depende de cada caso—.

Juan P. Dabdoub en «Nuestro Tiempo»

Amor y lujuria

En su libro «Llena estos corazones», Christopher West sintetiza en una tabla la diferencia entre amor y lujuria… que puede ayudar a muchos:

1. La lujuria busca satisfacer a uno mismo. El amor busca entregarse totalmente al otro (“amar es darlo todo y darse uno mismo”, decía Teresa de Lisieux) 

2. La lujuria trata a los demás como objetos para usar. El amor afirma a los demás como personas

3. La lujuria sacrificará a los demás por el propio interés. El amor es servicial, el que ama se sacrifica por los demás

4. La lujuria manipula, se usa para controlar al otro. El amor quiere respetar la libertad del otro

5. La lujuria esclaviza. El amor nos libera

6. La lujuria no es exclusiva, se entrega casi a cualquiera. El amor es exclusivo: quiere sólo al amado

7. La lujuria ve el cuerpo como una “cosa”. El amor respeta el cuerpo como un “alguien”8. La lujuria arrebata el placer, que siempre será bastante fugaz. El amor desea una felicidad eterna9. La lujuria enseguida se llena de envidia. El amor espera siempre, confía siempre

10. La lujuria termina cuando acaba el placer. El amor permanece en lo bueno y en lo malo

11.  La lujuria nos hace sentir usados. El amor nos hace sentir valorados

¿Qué es la fidelidad?

Para muchos la fidelidad es mantener un compromiso a lo largo del tiempo. Es sin duda una respuesta verdadera, pero tiene que haber algo más. La fidelidad requiere perseverancia, pero no es mera perseverancia.

“No se puede ser fiel sin perseverar. Pero es posible perseverar y no ser fiel. No es fiel quien persevera con resignación; no es fiel quien persevera solo porque es su deber; no es fiel quien mantiene su compromiso por miedo a las consecuencias de no mantenerlo; no es fiel quien busca exclusivamente asegurarse el buen juicio de los demás; no es fiel quien mantiene su compromiso porque tiene planteamientos raquíticos, porque rehúsa considerar las cosas grandes de la vida por temor a que le resulten atractivas. Para una persona así la fidelidad es un puro formalismo; no se desdice porque le parece feo –incluso despreciable– desdecirse, pero no porque le parezca maravillosa la entrega; no niega lo que afirmó, no reclama lo que entregó, pero no lo hace por el valor de la entrega y de la vida de entrega, sino simplemente por guardar una formalidad”.

“Es fiel quien goza en la fidelidad; es fiel quien advierte la tremenda grandeza que encierra su fidelidad; es fiel, en definitiva, quien en la vida se ha ido configurando al ideal del que vive, a la persona para la que vive. La fidelidad es algo mucho más grandioso que dejar que pase el tiempo sin alterar las coordenadas básicas de la vida. Es aprender a construir una vida desde esas coordenadas, que se van haciendo cada vez más propias, más mías: no simplemente algo que respeto, sino algo con lo que me identifico”

 Julio Diéguez

Amor y política

La palabra “amor” es uno de los términos más usados en nuestras conversaciones. Aparece en las canciones, películas, mensajes y comunicaciones de todo tipo, pero hay ámbitos importantes de la vida en los que no se usa nunca. Ha sido excluido en ellos de forma sistemática, sin que se haya alzado protesta alguna. Nadie habla en política de amor. Tampoco en economía. La razón que se aduce para tan extraño fenómeno es muy clara: estamos hablando de cosas serias.

El amor parece excesivamente débil y voluble como para proponerse como fundamento en temas que requieren firmeza y coincidencia en los criterios básicos. Se achaca al amor ser irremediablemente subjetivo, incapaz de dar una razón sólida para la construcción responsable de una sociedad que pide una estabilidad suficiente para dar seguridad a las personas (…)

Los grandes sistemas éticos que han predominado en el siglo XX: el kantismo y el consecuencialismo, han desechado por principio cualquier apoyo en la esfera amorosa. No podemos extrañarnos, por tanto, de esa marginación en lo que atañe a la sociedad. Precisamente esta fue una de las grandes reivindicaciones de Benedicto XVI (véase la encíclica “Caritas in vertate”): mostrar el papel fundarte del amor en lo que concierne  a estas dos actividades sociales, la política y la economía. Por ello, pone el amor como luz principal para la comprensión del bien común.

Juan José Pérez-Soba