Libertad religiosa

El papel de la Iglesia en el mundo actual hubiera discurrido por cauces muy distintos sin la declaración sobre la libertad religiosa por parte del Concilio Vaticano II. En ella se recuerda el deber de cada persona de buscar la verdad, también (sobre todo) en materia religiosa, y el correspondiente deber de la sociedad y de los poderes públicos de respetar tanto esa búsqueda como la libre profesión de la religión encontrada, tanto individual, como asociadamente.

De este modo, el Concilio tomó como punto de partida el carácter libre del acto de fe, como exigencia, a la vez, sobrenatural y antropológica y rechazó, como siempre, cualquier tipo de indiferentismo en materia religiosa.

Propio de la doctrina conciliar al respecto es promover lo que hoy se llama una “laicidad positiva”, por la que los poderes públicos, están llamados a valorar positivamente el hecho religioso, favorecer su expresión y garantizar el efectivo reconocimiento de este derecho, “así como de otros relacionados (de conciencia, de elección en ámbito educativo, etc.).

Por último, la doctrina sobre la libertad religiosa ha sido el punto de partida de una rica reflexión de los papas posteriores, sobre la contribución de los cristianos a la sociedad y a sus cauces de expresión en sociedades democráticas.”

Nicolás Álvarez de las Asturias

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