
“Quizá el ejemplo extremo de reduccionismo antropológico, de cerrazón ante la trascendencia y de sacralización de lo humano esté representado por el marxismo. Según Marx, «la miseria religiosa es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por otra, la protesta contra ella. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo». Por consiguiente, será necesario abolir la religión como alegría ilusoria, para que el hombre pueda gozar de una alegría real. Hay que eliminar el más allá del horizonte y preocuparse del más acá.
El “homo oeconomicus”, después de la crítica de la alienación religiosa, se transforma en un dios. Marx bien podrá afirmar con Feuerbach: “Homo homini Deus” (el hombre es un Dios para el hombre), he aquí el principio práctico supremo, la transformación decisiva de la historia». Lamentablemente, la divinización del hombre marxista lleva a vivir no en las mansiones celestiales, sino en los distintos Archipiélagos Gulag de la historia reciente.
En lo que se refiere al positivismo, heredero legítimo de la razón del siglo XVIII, el mundo se presenta como perfectamente explicable si nos atenemos a los hechos, dejando de lado toda explicación metafísica “o teológica. Las ciencias poseen la última palabra sobre el mundo. El positivismo es una lectura de la ciencia que pretende ir más allá de la ciencia misma, y erigirse en explicación total del destino del hombre. En cuanto reductivo y pretendidamente totalizante, el positivismo se puede definir como ideología. Además, la caracterización del progreso de la humanidad como fe racional en un futuro feliz y justo para todos manifiesta en un modo claro el elemento de sustitución religiosa que toda ideología lleva consigo.
La absolutización de lo relativo, eje del pensamiento ideológico, comporta una visión optimista del futuro de la humanidad. Las ideologías, en cuanto religiones sustitutivas, son también escatologías secularizadas, es decir, prometen la felicidad propia del paraíso celestial, pero en esta tierra.”
Mariano Fazio
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