«Perdí mi fe pensando en los dogmas, en los misterios en cuanto dogmas; la he recobrado pensando en los misterios, en los dogmas en cuanto misterios». A veces hemos presentado nuestra fe como un conjunto de enunciados que aprender de memoria. Pero Dios no es «algo» que se puede definir, medir o pesar, sino «Alguien» que sale a nuestro encuentro porque quiere entrar en relación con nosotros. En este venir a nuestro encuentro nos ha manifestado su belleza, ternura y generosidad. La experiencia de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), patrona de Europa, puede servirnos de ilustración. Mujer de capacidades sorprendentes: Filósofa, feminista, políglota, escritora, conferenciante… fue una incansable buscadora de la verdad. Cuando se convirtió, después de leer el Libro de la Vida de Santa Teresa de Jesús, exclamó: «Ésta es la verdad. Yo he creído siempre que la verdad era algo intelectual, comprensible con el poder de la mente, y he descubierto que la verdad es algo vital, relacional: Dios mismo que sale a nuestro encuentro y nos ilumina».
Ahora, un elitista club de megacorporaciones globales ostenta más poder que muchos países. Walmart tiene más ingresos anuales que España y más del doble que Rusia. ExxonMobil ingresa más que India, Noruega o Turquía. Como dice el estratega internacional Parag Khanna, en un mundo en el que Apple tiene más efectivo disponible que dos tercios de las naciones del mundo, «es probable que las corporaciones superen a todos los Estados en términos de influencia». En unos Estados Unidos que ahora funcionan en Internet, cinco empresas —Facebook, Apple, Amazon, Microsoft, Google— ejercen una influencia prácticamente incalculable tanto en la vida pública como en la privada.
Al mismo tiempo, las grandes empresas no han dejado de dar pasos hacia la izquierda en cuestiones sociales. La práctica comercial más corriente requirió durante mucho tiempo mantenerse al margen en temas controvertidos, con el argumento de que tomar partido en la guerra cultural sería perjudicial para los negocios. Todo esto cambió a lo grande en 2015, cuando el estado de Indiana aprobó un de ley sobre libertad religiosa que habría brindado cierta protección a las empresas demandadas por discriminación a personas homosexuales. Una poderosa coalición de líderes corporativos, entre los que figuraban los jefes de Apple, Salesforce, Eli Lilly y otros, amenazó con tomar represalias económicas contra el Estado si no cambiaba de rumbo. Y así lo hizo. Desde entonces, los miembros de los lobbies de las corporaciones nacionales e internacionales se han apoyado en gran medida en los gobiernos estatales para aprobar leyes pro-LGTB y oponerse a las leyes de libertad religiosa.
El papel de la Iglesia en el mundo actual hubiera discurrido por cauces muy distintos sin la declaración sobre la libertad religiosa por parte del Concilio Vaticano II. En ella se recuerda el deber de cada persona de buscar la verdad, también (sobre todo) en materia religiosa, y el correspondiente deber de la sociedad y de los poderes públicos de respetar tanto esa búsqueda como la libre profesión de la religión encontrada, tanto individual, como asociadamente.
De este modo, el Concilio tomó como punto de partida el carácter libre del acto de fe, como exigencia, a la vez, sobrenatural y antropológica y rechazó, como siempre, cualquier tipo de indiferentismo en materia religiosa.
Propio de la doctrina conciliar al respecto es promover lo que hoy se llama una “laicidad positiva”, por la que los poderes públicos, están llamados a valorar positivamente el hecho religioso, favorecer su expresión y garantizar el efectivo reconocimiento de este derecho, “así como de otros relacionados (de conciencia, de elección en ámbito educativo, etc.).
Por último, la doctrina sobre la libertad religiosa ha sido el punto de partida de una rica reflexión de los papas posteriores, sobre la contribución de los cristianos a la sociedad y a sus cauces de expresión en sociedades democráticas.”
“Quizá el ejemplo extremo de reduccionismo antropológico, de cerrazón ante la trascendencia y de sacralización de lo humano esté representado por el marxismo. Según Marx, «la miseria religiosa es, por una parte, la expresión de la miseria real y, por otra, la protesta contra ella. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo». Por consiguiente, será necesario abolir la religión como alegría ilusoria, para que el hombre pueda gozar de una alegría real. Hay que eliminar el más allá del horizonte y preocuparse del más acá.
El “homo oeconomicus”, después de la crítica de la alienación religiosa, se transforma en un dios. Marx bien podrá afirmar con Feuerbach: “Homo homini Deus” (el hombre es un Dios para el hombre), he aquí el principio práctico supremo, la transformación decisiva de la historia». Lamentablemente, la divinización del hombre marxista lleva a vivir no en las mansiones celestiales, sino en los distintos Archipiélagos Gulag de la historia reciente.
En lo que se refiere al positivismo, heredero legítimo de la razón del siglo XVIII, el mundo se presenta como perfectamente explicable si nos atenemos a los hechos, dejando de lado toda explicación metafísica “o teológica. Las ciencias poseen la última palabra sobre el mundo. El positivismo es una lectura de la ciencia que pretende ir más allá de la ciencia misma, y erigirse en explicación total del destino del hombre. En cuanto reductivo y pretendidamente totalizante, el positivismo se puede definir como ideología. Además, la caracterización del progreso de la humanidad como fe racional en un futuro feliz y justo para todos manifiesta en un modo claro el elemento de sustitución religiosa que toda ideología lleva consigo.
La absolutización de lo relativo, eje del pensamiento ideológico, comporta una visión optimista del futuro de la humanidad. Las ideologías, en cuanto religiones sustitutivas, son también escatologías secularizadas, es decir, prometen la felicidad propia del paraíso celestial, pero en esta tierra.”
“Las ideologías ocupan un puesto emblemático en el proceso moderno de secularización entendido en sentido fuerte, y en particular en este mecanismo de absolutización de lo relativo. Liberalismo, nacionalismo, socialismo y positivismo son las cuatro ideologías más influyentes. Libertad, nación, clase económica, ciencia son nociones centrales para comprender en integridad la naturaleza humana. Pero cuando son absolutizadas, cuando se afirma que el hombre no es más que…, se termina por construir explicaciones reductivas del mundo y de la historia, casas demasiado estrechas, donde gran parte de la realidad se queda afuera.
Será suficiente con ofrecer algún ejemplo para demostrar la afirmación precedente. El liberalismo manchesteriano, identificando la libertad con las leyes del mercado, construyó una mansión confortable, un hogar a la inglesa. Pero la mayoría de las personas se quedaba fuera: es el mundo de la pobre gente, descrito magistralmente por Dickens. Paradójicamente, leyendo las novelas dickensianas, uno se encuentra mucho más cómodo en las casas de los pobres, donde escasean los medios materiales, pero abundan tantas virtudes humanas y cristianas que, en las mansiones de los ricos, quienes teóricamente habían alcanzado, según las categorías mentales del paleo-liberalismo, la libertad y la plenitud de sus vidas.
La visión del nacionalismo, exclusiva y excluyente, provocó auténticas tragedias en la historia contemporánea. La identificación del hombre con su pertenencia a una nación, etnia, raza o cultura determinadas quita a la persona humana una de sus propiedades más esenciales: su apertura interpersonal. El hombre se convierte en más hombre, se hace más digno, en la medida en que comunica o entra en comunión con los otros. Esta apertura —que tiene una dimensión ética y una más originaria, que es ontológica— implica el respeto a la diversidad, la promoción del diálogo intercultural y la conciencia de la radical unidad del género humano, basada en la idéntica dignidad de toda persona. El nacionalismo cierra los horizontes existenciales, e impide a las personas singulares y a enteras comunidades la posibilidad de enriquecerse con los dones de la comunicación interpersonal. La casa del nacionalista se queda chica, es pobre y oscura, porque es una casa con las puertas cerradas.”casa con las puertas cerradas.”
¿Dónde está el dinero que faltaba en los bancos y que a partir del año 2008 los gobiernos comenzaron a pagar con los fondos que aportábamos los contribuyentes, es decir, el pueblo?(…) El dinero está en los paraísos fiscales (se calcula que entre el 25 o el 30 por ciento del PIB mundial), en la economía sumergida, en la economía virtual o especulativa (dinero que no existe, que se presta infinitas veces para crear deuda virtual).
En España, según destapó el informe de 2011 elaborado por el Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa, el 94 por ciento de las empresas del Ibex, es decir, 33 de las 35 compañías del índice bursátil, poseen actividades financieras en paraísos fiscales. Carlos Cordero, director del estudio, resaltó que durante la crisis estas actividades, en vez de disminuir, han aumentado un 8 por ciento más respecto a 2010. Los paraísos fiscales más usados son Delaware (Estados Unidos), con 115 domiciliaciones, Holanda, con 85; Luxemburgo, con 30; Irlanda, con 29; Suiza, con 24; Hong Kong, con 23; y las islas Caimán, con 22. Las empresas con mayor presencia en paraísos fiscales fueron Banco Santander (72), ACS (71), BBVA (43) y Repsol YPF (43), según publicó 20minutos.es.
Cristina Martín Jiménez, en “Perdidos.¿Quién maneja los hilos del poder? (2013).
“El concepto de Cristiandad es profundamente ambivalente. Entiendo en estas páginas por tal la organización sociopolítica que se formó en Europa occidental a lo largo de la Baja Edad Media (siglos XI-mediados del siglo XV). La Cristiandad fue una de las posibles concreciones sociales del cristianismo, pero nada nos autoriza a identificarla con la organización sociopolítica cristiana par excellence, en el supuesto caso de que hubiera alguna.”
“La actitud que se adopte ante el problema de la Cristiandad medieval puede ser muy diversa. Si se intenta mantener el statuquo sociopolítico nos encontramos ante una actitud clerical: la resolución de los problemas temporales estaría a cargo, más o menos directamente, de quienes ejercen el “munus regendi Ecclesiae”, es decir, de la jerarquía eclesiástica, ya que desde esta óptica se piensa que el poder temporal del príncipe es derivado del poder espiritual. Una radicalización de esta actitud clerical la encontramos en el tradicionalismo, el cual, partiendo de la Cristiandad medieval como la concreción in terra de la “esencia del cristianismo”, alienta como íntimo desideratum un regreso a la sociedad y a la cosmovisión medievales.
Quienes sostengan que el origen remoto de ambos poderes es el mismo —Dios—, pero los fines a los que se debe tender son distintos —el bien común sobrenatural en el primer caso, el bien común temporal en el segundo—, estarían llevando a cabo un proceso de secularización, entendido como una toma de conciencia de la autonomía relativa de lo temporal. Autonomía relativa porque, según esta teoría interpretativa, por su mismo origen lo temporal se halla anclado en una perspectiva trascendente.”
Mariano Fazio en “Historia de las ideas contemporáneas”.
Mons. Luis Argüello en la Universidad Católica de Valencia
Esta mañana he podido asistir a la conferencia que ha impartido Mons. Luis Argüello en la 23ª edición de los Diálogos de Teología organizados conjuntamente por la Biblioteca Almudí y la Facultad de Teología de Valencia
Mons. Argüello ha comenzado animando a los presentes a meditar los primeros números de la Constitución Pastoral “Gaudium et spes” del Concilio Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo…” señalando que evangelizar hoy es “Cantar la Gloria de Dios”, haciendo visible el esplendor de la verdad y el resplandor del bien. Evangelizar es acoger la realidad y testimoniar la gracia, visible mediante una vida lograda.
El gran proyecto de la Iglesia es instaurar una fraternidad que abarque la humanidad entera, teniendo en cuenta que la fraternidad, para nosotros los cristianos “no es un valor, sino un hecho”. Evangelizar es anunciar que “Dios nos ha manifestado su rostro en Cristo”. La religión de un Dios que se hace hombre ha de anunciarse a “un hombre que se cree Dios, y experimenta con melancolía que no lo es”.
Animó también a recordar las palabras del Card. Ratzinger en Subiaco (1.5.2005), donde se afirma, entre otras cosas: “Lo que más necesitamos en este momento de la historia son hombres que, a través de una fe iluminada y vivida, hagan que Dios sea creíble en este mundo. El testimonio negativo de cristianos que hablaban de Dios y vivían contra Él, ha obscurecido la imagen de Dios y ha abierto la puerta a la incredulidad. Necesitamos hombres que tengan la mirada fija en Dios, aprendiendo ahí la verdadera humanidad.Necesitamos hombres cuyo intelecto sea iluminado por la luz de Dios y quienes Dios abra el corazón, de manera que su intelecto pueda hablar al intelecto de los demás y su corazón pueda abrir el corazón de los demás».
“¿Quedan hoy cristianos? Si tienes la impresión de que el cristianismo está viendo disminuir en nuestros días su papel de guía espiritual, si tienes la impresión de que la gente busca el significado del ser o no ser, de la vida y de la muerte, del amar y del ser amados, del ser joven y del envejecer, del dar y del recibir, del herir y del ser herido, y no espera ninguna respuesta de los testigos de Jesucristo, empieza a preguntarte entonces hasta qué punto estos testigos deberían llamarse a sí mismos cristianos”.
“El testigo cristiano es un testigo crítico, porque profesa que el Señor volverá para hacer nuevas todas las cosas. La vida cristiana llama a cambios radicales, porque el cristiano asume una distancia crítica respecto al mundo y, a pesar de todas las contradicciones, continúa diciendo que es posible un nuevo modo de ser humano y una nueva paz. Esta distancia crítica es un aspecto esencial de la verdadera vida cristiana”.