
Para Simone Weil, los partidos políticos suponían un problema en sí mismos, pues portaban con ellos el germen del totalitarismo. Esto puede sonar extraño cuando en el siglo XXI se considera a los partidos el baluarte anti totalitario, representantes del pluralismo y la democracia. Veamos pues el razonamiento de Weil.
“Si un miembro de un partido está absolutamente decidido a ser fiel a su luz interior en todo su razonamiento y a nada más, no puede dar a conocer esa resolución a su partido. Se enfrenta entonces a un estado de mentiras. Es una situación inaceptable causada por la necesidad que le lleva a pertenecer a un partido para tomar parte eficazmente de los asuntos públicos. Esta necesidad es entonces un mal, y hay que ponerle fin suprimiendo los partidos. Un hombre que no haya decidido ser fiel más que a su luz interior instala el mal en el centro mismo del alma (…) Se trataría en vano de discernir entre la libertad interior y la disciplina exterior. Porque entonces hay que mentir al público, hacia el que todo candidato, todo elegido, tiene una obligación particular de verdad. Si me presto a decir en nombre de mi partido, las cosas que estimo contrarias a la verdad y a la justicia, ¿voy a indicarlo con un cartel antes? Si no lo hago miento. De estas tres formas de mentira (al partido, al público y a sí mismo) la primera es de lejos la menos mala. Pero si la pertenencia a un partido conduce siempre a la mentira, la existencia de los partidos es absoluta e incondicionalmente un mal“.
(Simone Weil, Ensayo sobre la supresión de los partidos políticos).
Tomado de «Libertad Política»