
Muchos piensan que su estatuto de esposo o esposa hace superfluo el de amigo o amiga. Se consideran dispensados de las exigencias del amor de amistad, porque se sitúan, por así decir, en un nivel más alto. Es un error frecuente, sobre todo en la cabeza de los varones, menos sensibles a la faceta espiritual del amor. Algunos no saben que la amistad se cultiva durante toda una vida como dimensión esencial del matrimonio.
La amistad enriquece al infinito el lenguaje del amor, que no se limita a la «palabra» del acto conyugal: «Después del amor que nos une a Dios, el amor conyugal es “la máxima amistad”» (Tomás de Aquino, citado por Francisco en AL 123). El don de sí, que se expresa con una fuerza particular en el acto conyugal, debe mostrarse también en las mil pequeñas «palabras» cotidianas de la benevolencia: el tiempo dedicado al otro, la atención, la escucha, el respeto, la comprensión, los piropos, las palabras de amor, los pequeños (o grandes) regalos, los servicios, las caricias, los besos, etc… Todas estas «palabras» traducen el deseo de hacer que aumente el bien del otro, de hacerle cada día mejor.
En este «vocabulario» del amor, el perdón tiene un lugar especial. En una pareja, es normal que haya divergencias. Se podría incluso decir que es necesario que las haya, pues una pareja en que los cónyuges coincidieran en todo –temperamento, carácter, visión del mundo, gustos, opiniones, etc– llevaría una vida en común terriblemente aburrida. Tiene que haber divergencias de puntos de vista, de sensibilidad, de enfoques, que provocan a veces malentendidos y choques.
En la estructura del amor conyugal, la amistad contribuye, sobre todo, a que destaque la dimensión espiritual del don, mientras que la atracción incide más sobre la dimensión física. En el acto conyugal estas dos dimensiones van unidas. Su dimensión física es evidente y el hombre es particularmente sensible a ella. Pero su dimensión espiritual es esencial, pues es la que convierte este acto en un verdadero don, en lo más profundo del corazón de los cónyuges. Esta dimensión es especialmente importante para la mujer, que, más que el hombre, necesita sentirse reconocida, amada en cuanto persona.
Seminckx, Stéphane. “Si tú me dices ‘ven’”: Una visión cristiana del éxito en el amor