El amor de atracción

El amor de atracción es el que surge «entre el hombre y la mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto modo se impone al ser humano» (DCE 3). Benedicto XVI señala que los antiguos griegos dieron a ese amor el nombre de eros. Cuando se publicó la encíclica «Deus caritas est», algunos medios se extrañaron de encontrar la noción de eros: esta palabra está en la raíz de la noción de erotismo, que parece extraña en un discurso pontificio sobre el amor. En latín, esa atracción se llama concupiscentia. Se refiere, según el diccionario, al «apetito desordenado de placeres deshonestos» en el contexto sexual. En el lenguaje corriente, esa palabra tiene un significado peyorativo: una persona concupiscente es sospechosa de ser viciosa.

Por ahora nos limitaremos a retener que se refieren al sentimiento que nace entre hombre y mujer, no deliberado, sino que se impone a ellos. Es algo del orden de la «tendencia» o del «impulso». La atracción es un hecho: la mujer atrae al hombre y el hombre atrae a la mujer. Y se atraen en primer lugar por lo que es más perceptible, es decir, su cuerpo. La mujer atrae al hombre porque, en su cuerpo, el hombre reconoce a una persona de sexo femenino, con toda una serie de características que hacen de esa persona un ser atractivo. Y la misma reacción se observa en el otro sentido.

El amor de atracción es ante todo carnal: comienza por identificar al otro en su cuerpo, en su carne, como una realidad atractiva, un bien deseable, también desde el punto de vista sexual. En un segundo momento, la atracción descubre –más allá del cuerpo– a la persona, con toda su riqueza psicológica, espiritual, moral, que es también atractiva. La atracción está pues motivada tanto por la sensualidad –la reacción de los sentidos a la percepción del otro en tanto que cuerpo– como por el «encanto» –la reacción suscitada por la dimensión más espiritual del otro. En sí mismo es algo espontáneo, natural, inscrito en la naturaleza humana. En su encíclica, Benedicto XVI lo llama también «amor ascendente» (DCE 7), pues, en cierta manera, es una forma de amor que «sube» en nosotros. En quien experimenta la atracción, esta situación podría expresarse con la declaración siguiente: «Te veo como algo bueno para mí».–

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