
El artículo «Hombres a la intemperie» de Carlos Marín-Blázquez —maravillosamente escrito— sobre el feroz individualismo de nuestra sociedad me ha dejado temblando. Copio: «Ante los indicios de un tiempo que intuyen exhausto, las élites se muestran decididas a actuar en su provecho. De la angustia del hombre aislado ellas saben cómo extraer resentimiento; de su sed de fraternidad obtienen el control de sus emociones. De ese modo, la frustración consustancial a un mundo atravesado por el espíritu disgregador del materialismo y desprovisto de cualquier expectativa trascendente redunda en una intensificación de las refriegas ideológicas que, exacerbando su virulencia y mutando constantemente de faz, no albergan propósito más urgente que el de acabar de disolver hasta el último vestigio de los antiguos vínculos comunitarios». Vemos que esto es así: la familia, las profesiones, las costumbres e instituciones de nuestra sociedad están siendo corroídas sistemáticamente, dejando a los pobres individuos a la intemperie y del todo desorientados. Por suerte, su severo y certero diagnóstico termina con una maravillosa cita del filósofo y escritor alemán Ernst Jünger (1895-1998): «Raras veces nos salen al encuentro hombres felices: no quieren llamar la atención. Pero aún viven entre nosotros, en sus celdas y buhardillas, sumidos en el conocimiento, la contemplación, la adoración en los desiertos, en las ermitas bajo el techo del mundo. Tal vez a ellos se deba que nos llegue todavía el calor, la fuerza superior de la vida».
Jaime Nubiola