el fuego del hogar

He aquí una discusión medular para la civilización: ¿Cómo cuidamos de los que no se pueden cuidar por sí mismos? ¿Y entre esos cuidados cabe incluir el no dejarlos nacer o matarlos cumpliendo sus deseos? ¿Puede obligarse a todos a que asuman las convicciones de la mayoría eliminando, por ejemplo, la objeción de conciencia de los profesionales?

Es claro que en nuestras sociedades hay al respecto visiones contrapuestas y sensibilidades morales divergentes que hay que reflejar en nuestros ordenamientos jurídicos. Pero, en cualquier caso, dar la discusión por cerrada remitiéndose a la libertad de los que valiéndose por sí mismos pueden evitar nacimientos o precipitar muertes de los que no pueden nacer o morir por sí mismos, es, en el mejor de los casos, una frivolidad.

Es una insoslayable responsabilidad que nos compromete como sociedad discutir abierta y respetuosamente sobre las formas expuestas de la vida humana y nuestras obligaciones al respecto, porque, sobre lo que no hay duda es que dejar de cuidar de los que no pueden hacerlo por sí mismos, es apagar el fuego del hogar y extender la intemperie, convirtiendo el mundo y nuestras sociedades en lugares expuestos al frio y la oscuridad.

Higinio Marín

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