
Poder no es lo mismo que autoridad, esto parece claro. En realidad el poder no pasa de ser una forma menor de la autoridad. La autoridad solo la tienes si te la reconocen los demás. La autoridad es una referencia fundada por la libertad de quienes la reconocen, de modo que no se enfrenta a la libertad del otro -como ocurre con el poder-, aunque pueda contrariarla, sino que persuade de lo mejor por el crédito que el otro le da, incluso a pesar de sus preferencias. Tiene autoridad quien ejerce una función cardinal y sirve de orientación para que otros miren y sepan dónde están y por dónde conducirse.
Ahora bien ¿cómo se llega a merecer la autoridad? La palabra autoridad etimológicamente viene de “auctoritas”, que a su vez deriva del sustantivo “auctor” y del verbo “augere”. Tiene autoridad quien es autor y no mero actor de su vida. Es autor quien está en posesión de la propia vida y puede dar razón de su forma. Quien se conduce según unas convenciones dominantes o según criterios ajenos, vive una vida cuyo guión no escribe, sólo representa. Todos somos en cierta medida actores, porque nadie escribe del todo el guión de su vida, pero cabe ser más o menos autores de la propia vida mediante la asunción libre y consciente de lo que nos parece mejor para atenernos a eso con independencia de la opinión dominante.
Tener ideales e incorporarlos vitalmente es fuente de autoridad: es la clase de autoría que nuestros hijos esperan cuando nos requieren que demos razón de por qué vivir así y no de cualquier otro modo. Ciertamente ideales los hay de muchas clases. Alguna referencia más precia nos aporta el segundo término emparentado con autoridad: “augure”, que significa aumentar, completar, dar plenitud a algo. Merece autoridad quien protagoniza una vida cuya principal orientación no es el éxito propio, sino que de un modo u otro procura el auge ajeno. Tiene autoridad quien se ocupa del auge ajeno y respecto de lo humano quien hace crecer la libertad.