
Este estudio de perfeccionamiento espiritual y moral se ve estimulado aun exteriormente por las condiciones en que la Iglesia desarrolla su vida. No puede permanecer inmóvil e indiferente ante los cambios del mundo que la rodea. De mil maneras éste influye y condiciona la conducta práctica de la Iglesia. Ella, como todos saben, no está separada del mundo, sino que vive en él. Por eso los miembros de la Iglesia reciben su influjo, respiran su cultura, aceptan sus leyes, adoptan sus costumbres. Este contacto inmanente de la Iglesia con la sociedad temporal le crea una continua situación problemática, hoy laboriosísima.
Por una parte, la vida cristiana, cual la Iglesia la defiende y promueve, debe continua y valerosamente evitar cuanto pueda engañarla, profanarla, sofocarla, tratando de inmunizarse del contagio del error y del mal; por otra, no sólo debe adaptarse a los modos de concebir y de vivir que el ambiente temporal le ofrece y le impone, en cuanto sean compatibles con las exigencias esenciales de su programa religioso y moral, sino que debe procurar acercarse a ellos, purificarlos, ennoblecerlos, vivificarlos y santificarlos; tarea esta que impone a la Iglesia un perenne examen de vigilancia moral y que nuestro tiempo reclama con particular urgencia y con singular gravedad.
Pablo VI