
Michael Sandel es uno de los pensadores influyentes en la cultura actual. Su contribución más relevante es sin duda la de devolver la moral a la esfera pública, destruyendo esa divisoria falaz entre lo público y lo privado que levantó la Ilustración. Enseña, por tanto, que ni la democracia ni la libertad tienen sentido fuera de un contexto de valores. No se puede ser libre en el vacío. Eso no implica dogmatismo alguno, sino el profundo convencimiento de que la política es algo más noble y alto que la gestión: de lo que se trata es de formar un nosotros, no de saldar demandas identitarias.
Pero nada de lo anterior se puede lograr sin confiar en el hombre, sin fiarse del potencial de la razón, tal y como muestra en sus clases. No parece que a este profesor, galardonado hace un par de años con el premio Princesa de Asturias, se le haya subido el éxito a la cabeza: además de impartir el curso más demandado de la historia de Harvard (más de mil alumnos solicitaron participar en el de Justicia, cuyas lecciones recogió más tarde en forma de libro), sus videos son célebres, especialmente en el Este asiático, porque siempre desciende del estrado para preguntar a una audiencia multicultural su opinión sobre dilemas morales contemporáneos y conquistar, junto a ella, algo más de claridad ética.
La obra de Sandel funciona a la manera de una vacuna, tanto para protegernos de la superficialidad actual como para llamar la atención acerca de los peligros de abandonar el avance científico a su propia suerte. Anima a pensar sobre la dimensión ética de acciones cotidianas o de hechos recientes. Por ejemplo: ¿es bueno recompensar económicamente a los alumnos para que lean? Cuando parece que la sociedad busca dinero y comodidades, él llama la atención sobre la virtud. Al explicar que el fetiche del utilitarismo carcome los valores y empobrece nuestra existencia está ofreciéndonos un antídoto para superar la crisis de sentido.
Josemaría Carabante en «Nueva Revista»