
La cara risueña juega un papel de primer orden en las relaciones humanas. A veces, cuando se encarece la importancia que este bello gesto tiene en la convivencia, se suele argumentar con cierto escepticismo que todo eso está muy bien, que por supuesto, es un «tic» bonito, pero que expresarla no es tan fácil, pues «la sonrisa nace, no se hace». Es ésta una frase breve, redonda, que, como otras muchas máximas ingeniosas, no deja de ser más que una verdad a medias. Si con este dicho se quiere afirmar que es un gesto instintivo, vale; no hay nada que objetar. Si, por el contrario, de lo que se trata es de postular que es sólo privilegio de unos pocos, no estoy de acuerdo.
Al igual que otros muchos gestos humanos, la sonrisa es una expresión del rostro, fácil de activar y que está al alcance de cualquiera que quiera realizarla. No hay raza, cultura o nacionalidad que no la reconozca, la aprecie y la emplee para manifestar sus alegrías, su felicidad o como recurso para hacer el trato con la gente más grato. Los orientales, y más en concreto los chinos, que, además, entienden bastante de sonrisas, tienen dos proverbios que ilustran bien su papel y su importancia en la vida social: «un día sin sonreír, un día perdido»; o aquel otro que reza así: «la persona que no pueda sonreír, que no ponga una tienda». Si la lectura del rostro es decisiva a la hora de conocer a una persona y saber a qué atenerse en el trato con ella, cabría decir lo mismo de un gesto tan personal y socorrido como éste.
No es fácil, sin embargo, discernir de sonrisas. ¡Son tantas y tan ambiguas! Ni siquiera el mismo Paul Eckman, una de las máximas autoridades en el lenguaje gestual, llegó a dar con una clasificación de ellas que fuera convincente. Sonrisas hay tantas cuantos individuos, estados de ánimo y situaciones existen.
Ateniéndonos a la intencionalidad de la persona, se puede hablar de tres clases de sonrisas: la sentida, la media sonrisa y la falsa. La sentida es la producida por la alegría, por la felicidad o por el optimismo. Es la más fácil de detectar. Moviliza los ojos, los labios, al tiempo que parece iluminar todo el semblante de la persona. Es el gesto-rey; es la sonrisa propiamente dicha. Cuando, de algún modo, los ojos parecen desmentir lo que la boca intenta expresar o la frialdad de la mirada no está en armonía con los labios y el resto de las facciones, el resultado es la media sonrisa. Son ejemplos de ella la sonrisita o sonrisa irónica, y un sinnúmero de expresiones faciales equívocas bien difíciles, a veces, de discernir. La fingida o falsa, por último, es el gesto forzado, fácilmente detectable por la violencia con que se emplean tanto los ojos como los labios que, por cierto, no deja de tener cierto atractivo. Paradójicamente, es la sonrisa que más tiempo permanece en el rostro.
Luis Carlos Bellido, en Aprender a sonreír.