
¿Por qué la mujer tiende a mostrar su cuerpo más que el varón?
La persona humana es propietaria de una interioridad, un mundo propio. La riqueza de su ser personal depende de la riqueza de esa interioridad, ya que todas sus realizaciones serán fruto de ese motor poderosísimo que es su espíritu. Hace tiempo un joven ingeniero me decía que le bastaba hablar diez minutos con una chica para darse cuenta si valía la pena. Es decir, que captaba muy pronto si tenía interioridad, si tenía mundo propio. Si descubría que era una muchacha frívola, superficial, sin contenido interior, dejaba inmediatamente de interesarse por ella.
El mundo interior es, pues, una gran riqueza. Manifiesta el valor de la persona. Por tanto, ha de cultivarse y protegerse, impidiendo que se nos pierda o que alguien pueda destruirlo.
Precisamente para evitar que alguien pisotee nuestra interioridad, tendemos a esconderla. No nos gusta que se publique a gritos y en medio de la plaza pública lo que sentimos y lo que tenemos en lo profundo. La riqueza de nuestra interioridad desea permanecer velada, ya que podría ser malinterpretada o incluso objeto de irrisión. Esto es el pudor: una especie de defensa de los valores superiores, defensa que busca protegerlos de su posible pérdida o su eventual disminución. El pudor se refiere a cualquier aspecto de la interioridad humana. Referido al mundo de la afectividad, del amor y de la vida, se llama pudor sexual. En nuestro psiquismo surge de modo natural, y aparece la tendencia a ocultar o disimular ciertos valores propios, que no se desean perder o que se buscan conservar precisamente como lo que son: valores, riquezas, sedales de la dignidad y la interioridad.
En este sentido, el pudor sexual viene a ser la natural tendencia a ocultar los valores sexuales en la medida en que ellos constituyan en la conciencia de otra persona un «objeto posible de placer». Es decir, se trata, con el pudor, de evitar que te vean como si fueras una cosa. La mujer no es un conglomerado de órganos sexuales, de partes anatómicas que pueden emplearse del mismo modo como se divide un pastel, se consume una botella de licor o se come una pizza. No, no es un objeto, algo así como una escoba o un trapo que se usa para algo y se abandona luego. No: la mujer es una persona humana, querida por Dios en sí misma (es un fin en sí misma), en la integración de su ser corpóreo— espiritual, con un destino sobrenatural, infinito, eterno.
