La cuestión del pudor

El pudor es la tendencia,  del todo particular del ser humano, a esconder sus valores sexuales en la medida en que serían capaces de encubrir el valor de la persona. Es un movimiento de defensa de la persona que no quiere ser un objeto de placer, ni en el acto, ni siquiera en la intención, sino que quiere, por el contrario, ser objeto del amor. Pudiendo venir a ser objeto de placer precisamente a causa de sus valores sexuales, la persona trata de disimularlos. Con todo, no los disimula más que en parte, porque, queriendo ser objeto de amor, ha de dejarlos visibles en la medida en que éste lo necesita para nacer y para existir. Con esta forma de pudor, que podría llamarse «pudor del cuerpo», porque los valores sexuales están exteriormente ligados sobre todo al cuerpo, va a la par otra  forma, que hemos llamado «pudor de los actos de amor» y que es una tendencia a esconder las reacciones por las cuales se manifiesta la actitud de goce respecto del cuerpo y del sexo. Esta tendencia tiene su origen en el hecho de que el cuerpo y el sexo pertenecen a la persona, la cual no puede ser objeto de placer. Sólo el amor es capaz de absorber verdaderamente tanto la una como la otra forma de pudor.  

El impudor destruye todo este orden. Analógicamente a la distinción del pudor del cuerpo y del de los actos de amor, se pueden distinguir dos formas análogas de impudor. Definiremos como impudor del cuerpo la manera de ser o de comportarse de una persona concreta, cuando ésta pone en primer plano los valores del sexo, de suerte que no oculten éstos el valor  esencial de la persona. Consiguientemente, la persona misma se encuentra en la situación de un objeto de placer (sobre todo en la segunda acepción del término), la de un ser del que se puede uno servir sin amarlo. El impudor de los actos de amor es la neg ativa que opone una persona a la tendencia natural de su interioridad a tener vergüenza de esas reacciones y actos en que la otra persona aparece únicamente en cuanto objeto de placer.  

Esta vergüenza interior de los actos de amor no tiene nada que ver con la exageración o afectación de pudor, que consiste en la disimulación de las verdaderas intenciones sexuales. Una persona pudibunda, y que al mismo tiempo se deja llevar por el deseo de goce, se esfuerza en crear las apariencias de desinterés o falta de interés por lo sexual, llega hasta a condenar todas las manifestaciones sexuales, aun las más naturales, y todo aquello que dice relación al sexo. Con bastante frecuencia, por otra parte, semejante actitud no es una forma de hipocresía, sino simplemente una cierta prevención o una convicción de que todo lo que se refiere al sexo no puede ser más que objeto de goce, que el sexo no puede por menos que ofrecer ocasiones de placer, pero jamás abre camino al amor. Esta opinión está teñida de maniqueísmo y está en desacuerdo con la manera de ver los problemas del cuerpo y del sexo que encontramos en el Génesis, y sobre todo en el Evangelio. 

Karol Woytila en «Amor y responsabilidad»

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